¿Y ahora? – Regresando a Bs As. 2da Parte

La desesperación del Guitarrista era evidente, y la compartía, pues ya me había tocado transitar por ese mismo tipo de situaciones en una gran cantidad de ocasiones. –Locutor–grité –man, el guitarrista acaba de llegar a Buenos Aires, y no tiene donde quedarse, es posible que se quede acá en tu depto unos días, mientras conseguimos– locutor estaba prácticamente saliendo del departamento, - claro – me dice al voltear mientras finge un tono grave en su voz en un vago intento de emular la voz que según él poseen los locutores porteños –decile que venga, agarrá las llaves del Chuchis que también está por llegar, esperalo, yo vuelvo a la madrugada (los tres años que locutor lleva en Buenos Aires al parecer le han dado licencia para hablar como un porteño mas)- la puerta se cerró definitivamente tras el perfume extravagante de Locutor.
La noticia denoto una fuerte emoción de tranquilidad y felicidad en el Guitarrista, transmitida por un pálido amarillento y frio “smile” y un ultimo mensaje -en una hora estoy allá-. No sabia si estaba contento o conforme, pero al menos estaba seguro que mi cabeza no tendría tiempo para atormentarme, al menos por una hora y los clásicos inconvenientes de peajes que separan Ezeiza del centro de la ciudad debían dejar en claro todas las batallas internas.

Veinte minutos después suena el timbre (no puede haber llegado tan rápido, aun no voy ni por la mitad de la auto sesión psicoanalítica), es el Chuchis (un compatriota que conocí a mediados del 2006, y una de las mejores y mas honestas personas que jamás conoceré), al abrir, su equipaje era escueto, pero aún así me ofrecí a ayudar, no es algo muy común en mi, pero lo hice.

Al enterarse de la llegada del guitarrista se emocionó, no entendí mucho su emoción, pero evite indagar el ¿Por qué?, supuestamente debía ser una emoción compartida, fue por eso que en calidad de futuro actor mediocre decidí acompañar al Chuchis en su felicidad inconmensurable.

Con la llegada del Guitarrista, las cervezas no se hicieron esperar, mi temor hacia aquel desinhibidor era precisamente aquella facultad, y por lo pronto no estaba convencido de querer extrapolar lo que me afligía. Al menos evite emborracharme.

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