¿Y ahora? – 2007 Regresando a Buenos Aires. 1 era Parte

En ese momento decidí caminar, obviamente mi presencia física vagaba solitaria, pero estaba seguro que me encargaría de eso después.
No se trataba de que quisiese resolver el problema, simplemente le permitía a mi cabeza deambular por todos los escenarios por los cuales el cuerpo ya había transitado antes, pero con un límite, un límite desconocido, ingrato, pero firme.

Por ahora, mi piel se agradaba con solamente percibir ese frio de marzo que en Buenos Aires apenas llega a los quince grados, en el peor de los casos; no era frio, pero haber estado ante treinta grados de unas vacaciones inolvidables en mi pequeño pero hermoso Esmeraldas, habían provocado un aniñamiento climático en el cuerpo, lo cual fuertemente remarcaba una diferencia.

Antes que caiga el día, me acerque a Locutor, un “amigo”, quien en estado de soledad me proponía servirle de compañía; ese tipo de compañía que el transeúnte común ansia jamás perder, y a pesar que mi instinto animal jamás se comparó con el de un integrante de alguna manada, sabía perfectamente que con la cabeza fuera del horizonte nada bueno me deparaba la soledad. Acepté.

Locutor no tiene objeción alguna en prestarme su computador, al parecer algo “importante” prioriza su tiempo, y lo único que logra decirme, dentro del misticismo clásico que acompaña a la actitud del ecuatoriano tipo, es una duda sobre su vestimenta; la impresión es que se va a encontrar con una de sus “novias”; no le creo , él ni siquiera es un locutor, pero se siente como tal; quien soy yo para negarle esa fantasía, mi mundo no es tan real como para sentirme dueño de la verdad.

A pesar de detestar el Messenger, me veo en la obligación de darle uso a tan (en términos –abuelescos-) endemoniado programa. Es un odio similar al que se siente por el dentista, pues sé muy bien que en algún momento tendré que acudir a su profesional ayuda; y eso que mi generación le rinde un culto casi religioso indescriptible.

La cuenta se abre, me presento como “offline”, aunque no sé si cambiando el estado a “online” realmente me vaya a sentir de esa manera, así que (aunque temeroso), decido establecerme como “online”. Que la red me juzgue. Mis contactos cargan rápidamente, y el estado virtual de los mismos se hace saber prácticamente en un pestañar. El internet de Buenos Aires es mucho más rápido del de donde provengo.

El Guitarrista produce un temblor casi ensordecedor, pues Locutor, jamás escatimo en gastos para equipar de la mejor manera posible su computador, y el subwoofer que acompaña los parlantes poseen un potencial tan importante que casi me convierten en un personaje más de Don Pepo.

Bajé el volumen y escribí: - que onda perrin -, al parecer la frase destapó una avalancha de letras que hasta el momento se mantenían comprimidas en las falanges inquietas por transmitir una desesperación –viejo, estoy en el aeropuerto, no tengo a donde llegar, estoy desesperado, ¿Dónde estai? – fue lo poco que el Guitarrista logró transmitir en una jerga chilena recuperada, pues el, al igual que yo, también había vivido en BsAs 2 años, algo que por fuerza mayor modifica un tanto la verborragia que otorga al particular los distintos círculos relacionales.



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