Con mucha elegancia, Patricia Etchegoyen se sitúa en su lugar sobre el escenario del auditorio, es una señora muy hermosa (o al menos para este escritor lo es), seguramente aparenta muchos menos años de los que en realidad posee, pero puedo decir que no es necesario saberlos.
Ciudad de Buenos Aires, con el objetivo principal de estudiar teatro con el afamado director y maestro Agustín Alezzo.
Considera haber sido una niña muy tímida, le gustaban los deportes y las manualidades, pero su deseo por la actuación nace desde que vió por primera vez una obra de teatro de Alfredo Alcón “me morí, dije: yo quiero hacer eso”.
Su infancia la pasó en Miramar, donde (según ella) en invierno era casi un desierto, bailar en el living y armar personajes eran sus mejores distracciones.
“El mar te condiciona, te transmite fuerza, energía, tiene sus días con diferentes energías, a veces estaba calmo, otros días rompe todo, a mi me marcó, me identifico con el mar. Yo necesito ir al mar, me desconecta”.
“La escuela primaria la hice en una escuela de monjas, mi hermana me abrió el camino (pues ya había estudiado ahí), me indicaba como conquistar a las monjas y no la pase tan mal. En el secundario me destape. Tenía unan conexión muy fuerte con la música y la danza”
Confiesa haberse escapado de su casa, pues sus padres no querían que estudie actuación. Su gran mentor fue Agustín Alezzo, de quien reconoce ponerse nerviosa cuando está sentado en la sala de teatro donde ella se presenta. “Cuando me reencuentro me emociono profundamente, es como un papá para mí, me educo en muchas cosas, la opinión de Agustín, reemplaza a cualquier critico, me hizo debutar en tv, fui como una niña mimada de mi camada”.
Su hablar es muy elocuente, considera que los críticos son muy condicionados, son muy subjetivos. Ha sido reconocida en Miramar como “embajadora de la cultura”.
Considera que está el medio está cambiando, pues antes era muy machista. Comenta que le encantaría dirigir teatro, algún buen autor, “no pido un clásico, pero tampoco una comedia pasatista. No es algo muy lejano, cuando yo estoy trabajando no puedo con mi genio y tengo la observación que necesita el director, mis compañeros de trabajo al principio me odian, pero después lo entienden”.
Siempre consideró que para ser una gran actriz había que ser fea, pues ella poseía tal belleza que hacía que los directores le propusieran papeles del tipo típico de linda tonta. “Huí de eso, el medio te quiere obligar a ir por ese camino, pero por suerte pude huirle”. Patricia nos deja como enseñanza la dedicación, mezclar la visión y la convicción, saber que lo que se quiere hacer no es fácil ni difícil, pero que sin pasión, nada se consigue.
Gracias Patricia Etchegoyen.
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