El Cigarro y La Cigarra
Con el profundo cantar de la cigarra él se encontrada embelesado,
haciendo en carne propia el juego de palabras menos descabellado. Fumaba un
cigarro de esos violentos, de esos que te patean el pecho cuando la inconsciencia,
como de costumbre, se hace presente. Jugueteaba con la taza prácticamente vacía de
aquel añejo nunca antes considerado pues era de esos que se dejan: -para una situación
especial-.
El error ya estaba cometido. Una y otra vez se martirizaría
por el placer pecaminoso hasta que la cuestión defensora una vez más saltara e
interrogara: -Quien determina lo que está bien o está mal?-
Eso realmente no importaba. Lo importante es que lo hecho,
hecho está; y el hecho en sí patea más fuerte que ese cigarro que lentamente se
consume haciéndolo envidiar cada milímetro que pierde pues sin lugar a dudas se
reemplazaría él con ese cigarro y se fundiría con el viento para así olvidar
que el instante más feliz de su vida estaba por convertirse en el causante de
las desgracias venideras.
La luna cegadora, álgida y altanera criticaba sin acusar pues
observaba y era cómplice.
El cigarro se fundía
y las últimas bocanadas liberaban lo único que se podía liberar: -este humo en
el que de ahora en más se convertirá mi paz-
En el cielo, aquel humo dibuja las batallas, la sangre, las
cabezas cortadas y las historias mezcladas que de ahora en más se contarán.
No habrá cómplices capaces de acompañar esta justificación.
Aunque los habría si no los hubiese eliminado ya.
El cigarro se termina de
consumir mientras la cigarra cesa su cantar. La luna por un instante se esconde
mientras el humo se pierde en un cielo donde ni siquiera las estrellas quieren
estar.
Solo queda ella, la de la silueta perfecta y de aroma
embrutecedor, que contorneada entre las sabanas susurra: -Volvé, él nunca se
va a enterar.... Volvé, que lo hecho, hecho está-.
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