El Entretenimiento: Análisis de una vida.
Normalmente, los juegos, diversiones, entretenimientos, que cualquier ser humano desarrolló ya sea en un momento de ocio, de sano esparcimiento, o simplemente quitándole tiempo al tiempo, son llevados a cabo en su forma mas típica, ciclos.
El ser humano se entretiene para evitar que la lluvia de preguntas existenciales provoquen una marejada épica en su cabeza, llevándolo a experimentar ciclos constantes; empieza el juego, estas son las reglas, yo gano, tu pierdes, fin del juego; y ahora
que hacemos, juguemos a la casita; y el ciclo que murió da paso a uno nuevo.Dentro de esta comprensión, un ser tan perturbado, perturbador, e interesante porque no decirlo como Nietzsche, nos entrega la Ley del Eterno Retorno, determinando que todo lo que alguna vez sucedió, cumplió sus causes: inicio, desarrollo y final, regresara tal vez con un semblante modificado, pero sus objetivos y motivaciones seguirán siendo las mismas, y el rastro que deje tras cumplir su nuevo ciclo será igual al que dejó en cualquiera de los ciclos anteriores.
Mi leve introducción, lo único que intenta es ubicar al lector, dentro de una comprensión básica, de algo que considero importante como La Ley del Eterno Retorno para desarrollo de mi analítico temporal con respecto a las etapas seccionadas que se me han entregado (en la petición amigable de una persona que pretende una narración casi cronológica sobre el tiempo y su uso).
¿Por qué uso esta teoría para mi desarrollo?, pues bien, para determinar que soy un ferviente creyente de que todo aquello que sucedió antes de mi consciente existencia, lo hace en mi presente, y seguramente lo hará cuando de esta razón haya partido.
En 1925, si fuese creyente de la reencarnación, diría que mi consciencia vagaba en su negativa por encontrar un nuevo ser en el cual regresar a la realidad humana, puesto que aproximadamente 13 años antes de este año (2010), mi cuerpo estaba siendo cruelmente arrastrado por las calles de Quito hasta que en el parque El Ejido mi último suspiro cerrase la puerta de mi existencia mientras mi cuerpo se quemaba en una hoguera. Mi etapa de prócer político había llegado a su fin, y mi segura diversión en aquella existencia fue creer tener la razón con respecto a la forma de ayudar al pobre, al débil, al desprotegido; pero cuando yo lo estuve nadie me dio la mano. Mi consciencia seguramente, tras ver tan devastador fin, vagó por mucho tiempo, esperando casi 70 años para volver a materializarse, y estoy seguro que esta vez no saldrá decepcionada.
Entre 1925 y 1950, mis recuerdos son prácticamente nulos, a menos que tome un libro de historia e implante recuerdos que en realidad no son míos; pero aun así, recuerdos claramente implantados por mis familiares de esta realidad, evocan a la noción de 8 bisabuelos, de los cuales “recuerdo” a 3: la abuela de mi papa, mamá del papá de mi papá, no recuerdo su nombre al momento que escribo este análisis, pero recuerdo de ella una mujer muy cariñosa, protectora de los suyos, que amaba con pasión de madre a mi padre quien fuese su primer nieto, y del cual mi abuelo (padre de mi padre) parecía quererse olvidar. Una mujer cuya fuente de alegría, de entretenimiento, de felicidad, era mimar a mi padre, desde la comida, la ropa limpia y planchada (ama de casa típica de aquellos tiempos), hasta los mimos y caricias típicas de una abuela abnegada son los más claros recuerdos que tengo de ella en estado de entretenimiento.
Mientras que por el lado de mi madre, 2 de los 3 bisabuelos que recuerdo, son precisamente el papa y la mama de mi abuela, dos seres de mucha paz, de mucho amor. Ella, mi bisabuela gozaba de su mejor entretenimiento, la costura, costumbre que transmitió a mi abuela quien a su vez intento sin victoria transmitir a mi madre. Aquella máquina de coser antigua, de rueda gigante era su símil de comedia de Dante, en la cual como niño travieso un día caí, y mas allá de sentirme como Alicia en el país de las maravillas bajando por el túnel del tiempo, fue la sensación de mi espalda siendo cruelmente rasgada por muchos alambres, fierros, puntas, etc., que salían de aquella vieja odiada, pero hermosa máquina de coser Singer, en ese preciso instante, en el que caía en las redes de la maquina mientras con una pelota jugaba dentro de la casa a pesar que mi madre me lo había prohibido, recibía mi castigo por desobedecer al ser que JAMAS se debe desobedecer, pero mi consciencia recordaba aquellos acontecimientos de 1912, y por contados minutos, pretendió marcharse de la realidad definitivamente; afortunadamente se dio cuenta que aquello no era más que una chiquillada y todo paso después de un largo llanto de infante.
En el caso de mi bisabuelo, padre de la madre de mi madre, era un hombre que abiertamente realizaba la ideología fundamental de los entretenimientos típicos de costumbre latinoamericana, la cual a pesar de que los tiempos hayan cambiado y se hayan modificado, sobre todo en las leyes que rigen a los hombres, el deporte favorito de mi bisabuelo, disciplina que posteriormente tomaría como propia añadiéndole técnicas nuevas a la misma mi abuelo (papá de mi papá), sería la de empernarse con cuanta “doncella” en el camino se encontrase, convirtiendo en más pobre a la familia ya que se sumaban nuevas bocas que alimentar, al igual que se desarrollaba un hecho muy característico en las familias sudamericanas: perder supuestas tierras en manos de los juegos de azar, desde el más simple como el black jack, hasta los más arriesgados como la ruleta rusa.
En esta época, mi padre cobra vida, exactamente en el 47, mi madre, aún formaba parte del ideal de familia de mis abuelos, pero no era su turno de ver la luz.
Entre el 51 – 60, mi padre gozaba de un estatus social bajo, en pocas palabras, era pobre, y por ende tenía que remarla trabajando de niño para apoyar en la casa el trabajo de la madre soltera que los cuidaba y alimentaba, su diversión siempre fue el canto (pasión que logró transmitir a este humilde escriba) y junto a su hermano (mi tío) luego de culminar la venta de aquellas empanadas seguramente deliciosas (ya que en la actualidad mis dos abuelas son los seres que mejor cocinan en el mundo entero) se escabullían hasta una radio cercana del pequeño pueblo donde vivían, en la que un par de amistades mutuas les permitían cantar, y si esta posibilidad no fuese factible, nunca faltaba aquel que guitarra de “lagartero” en mano acompañaba sin miedo el canto de dos imberbes que hacían lo que más amaban. Y aunque el tiempo haya quitado a uno lo que aumento en el otro, la pasión mientras viva, fomenta el desarrollo de la misma.
El cine era otro escape para mi padre, y para mi madre no lo creo por que aun no lograba ser materializada, seguramente en esta época solo logró nadar en el vientre protector de mi abuela.
En la época 61 -70, mi madre ya forma parte de esta realidad, y mi padre ya goza de una adolescencia, la infancia de mi madre, desde su boca, se narra como una vida no de abundancia pero tampoco de escases, a diferencia de la que transitó mi padre, la diversión de aquella niña luz de los ojos de mi abuelo, siempre fue el comercio, mientras mi padre tenía que hacerlo obligado por que sin su aporte posiblemente no hubiese en la noche un plato de comida que llenase el estomago de él mismo así como el de sus hermanos, mi madre lo hacía por que disfrutaba vender a sus compañeras de clases las famosas “chucherías” (moños, binchas, pequeñas cosas que usan las niñas para auto adornarse).
Para inicios de la época (1981-1990), mi madre claramente llevaba 20 años de vida, y mi padre se desarrollaba como un crack en su deporte favorito, el trabajo, el es un hombre que si no trabaja su existencia no tendría sentido, y aquellos cortos días que dejaba de trabajar porque la ley laboral así lo exigía, sentía que la vida estaba llegando a su fin, ahogándolos en alcohol muchas veces, o conquistando chicas jóvenes como fue el caso de mi madre, la única que lo hizo sentar cabeza.
Mi madre, otra trabajadora insaciable, era, es y seguirá siendo una adicta a lo que para ella sería el paco, mariguana, cocaína, etc: su trabajo, es su batería inagotable a menos que la cervical exija un momento de descanso, motivo al cual no puede hacer caso omiso.
Ambos seres, trabajadores insaciables, fueron desde que se conocieron por primera vez, tal para cual, y a pesar que el tiempo ha traído innumerablemente luchas típicas por demostrar quién tiene la razón, la única razón valedera es que son el uno para el otro.
En esa mixtura de similitudes, el 86 es mi año, un ser al que sin remordimiento alguno no le transmitieron la pasión por el trabajo, y más bien crearon un pseudo artista, que lo único que desea es escribir hasta que los dedos sangren.
El 88 me regalan un hermano con el que jugar, aunque los años convirtieran a esa sombra que me perseguía cual chicle en el zapato a todos lados, en un ser que sin fundamentos compita por poseer una superioridad que sabe de antemano jamás recibirá y no porque no se la cediese sino porque el simple hecho que el tiempo es tiempo y así se dieron las cosas, el seguirá siendo hasta el fin de su existencia el segundo hijo.
En el 90 mis padres deciden por última vez embarcarse en el crucero de traer al mundo un nuevo ser, un segundo hermano con el cual podía corregir o evitar los errores que había cometido con el primero, pero así como los hijos no nacen con un manual para que los padres sepan como guiarlos, así mismo los hermanos no lo hacen, y todo se improvisa.
Hasta estos años, mis diversiones, fueron básicas, pero las más importantes en la vida, pues me divertía con mis hermanos, de vez en cuando enterrándolos en el jardín de la casa, dejándolos en la cocina con todos los botes que guardaban desde harina, sal, azúcar, etc., regados sobre ellos. Mis mejores juguetes siempre fueron mis hermanos menores, y no puedo negar que por momentos cual barbie que al menor descuido se le puede despojar la cabeza, los juegos en los cuales mis hermanos me servían como herramientas de entretenimiento, a veces no salían del todo bien, y el castigo no se hacía esperar.
Fui primogénito, y por ende, algo muy característico en la sociedad perteneciente a cualquier cultura, los regalos para el primogénito son abundantes, y de todo tipo, por ende mis diversiones, en mis años de infancia fueron plenas, llenas de posesiones y distracciones.
Obviamente, hasta el 2000, mis diversiones cambiaron, pase de amar a un power ranger, a gustar y enloquecer con el aroma de alguna compañera de clases, una simple mirada podía lograr que mi deseo por ser un super sayayin se quedara en eso, un simple deseo.
Puede ser que mi “KI” estuviese aumentando, o que mi armadura zodiacal estuviese lista para la batalla, pero si en el colegio, al momento de realizar las disciplinas deportivas que por obligación mi colegio impartía, una compañera pasaba con aquel short deportivo estilo al que usan las jugadoras de voleyball, no había fuerza oscura que lograse recuperar mi atención.
Sin vergüenza puedo decir que no logre ser el Don Juan, o Cassanova que siempre quise, pero un amante escondido a lo Alejandro Sanz “Cuando nadie me ve” fue la mejor descripción que me hacia justicia.
En aquellos años jamás fui ostentoso, nunca me importó el poseer algo, en mi infancia había tenido tanto, que el poseer cosas en mi adolescencia resultaba insignificante, y mientras mis compañeros de clases disfrutaban del Nokia 3220, aquel de las luces a los costados que para aquella época era un lujo y casi un diferenciador de clases sociales, yo poseía un sonyericsson de numeración que no recuerdo pero que en pocas palabras se igualaba a un ladrillo por el peso, forma, densidad, y muchas veces las prestaciones del mismo.
Entre el 2001 y 2010, mis diversiones cambian rotundamente, un ser que está creciendo (mentalmente por mi frente a duras penas logró distanciarse 165 cm del suelo) y va redescubriendo desde su cuerpo hasta sus capacidades en áreas que lo sumergen en un grupo y lo separan de otros, logran en mi, alguien que gusta del futbol, pero más jugarlo que verlo, que gusta de las letras, pero más escribirlas que leerlas, que gusta del cine, pero más de verlo solo que acompañado, que gusta de una computadora con capacidades modificadas y mejoradas por mis propias manos, y que nunca se acerque a su uso otras manos; un ser que ama la tecnología pero que odia seguir con el sedentarismo, un ser que maneja el internet a su antojo y casi con el pensamiento, pero que odia el Messenger y las distintas redes sociales.
A lo largo de todas estas épocas los sucesos culturales, tecnológicos, éticos, políticos, diplomáticos, etc., cambiaron, circularon, pero volvieron, mis bisabuelos se divertían con un chiste malo en el que hubiese un animal implícito, se divertían teniendo hijos; mis abuelos se divertían con la política, con la carpintería, con todo aquello en el que su habilidad manual quedase demostrada, también amaban tener hijos; mis padres, hasta su época, la cultura latinoamericana los encasilló en seguir siendo los mufasas de la sociedad, su placer sexual estaba en reproducirse, pero aman el trabajo, al igual que mis abuelos y mis bisabuelos.
En mi época, las cosas cambiaron, no se si desee tener hijos como un deporte (bisabuelos), como una distracción (abuelos), como una meta u objetivo (padres), pero aun así se que tendré uno, tal vez 2 como máximo. Y mis habilidades manuales, no están pensadas para degastar su vigorosidad en un trabajo que me consuma, pero aun así, sé que las dejara hasta su última gota en algún tipo de arte que se las lleve por completo.
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