Una última llamada!

Jesús odiaba solamente darse cuenta, su piel era roja y con eso le bastaba. Suarez contaba la misma historia, aunque unos dirían que documentaba la historia. Cristo comía mas picantes esperando una sobredosis de ardor sin siquiera proyectar el intento de aquel tatuaje. Tincho ya no estaba, aunque creo que ni Dios sabía donde estaba. El loco que corría en la terraza ahora escalaba montañas. El cabe aun no le cabía, con razón por todo se amargaba. Fede finalmente coordinaba. Facu se las recontra rascaba. El rockero aun no rockeaba pues rock sin fiesta no es rock. Mati fue el unico que vió venir el cambio. Migue controlaba; lo que creía que controlaba, entre el barba y las dudas existenciales del resto, el controlaba y buscaba una cadencia que por lo menos no decaía, lo hacía con ritmo y mucho tempo como si estuviese bailando un tango aunque el compás después sería bastante ingrato. Maxi, cada tanto la ataba y la mantenía atada sin perder el tono ¡Ay amor! Los Reyes sin castillo pero con muchos beneficios, los Juanes y sus compromisos y errores que no lograban prorrogas a pesar de los intentos incesantes, los Ale y sus perros sin pasear justo cuando los pibes le encontraban tiempo al tiempo. Los barquitos. Los nuevos que aparecían con ganas renovadas pero que ya no encajaban por mas que lo intentaban. Los desconozco, las movidas de ajedres mentales que provocaban convulsiones en un tipo cuyo tamaño era inversamente proporcional a su seguridad. Las firmas aquí, aquí y aquí. Quedaste debiendo dinero, pero dale que el próximo mes remontas. Si no remontas no te sirve a vos, no me sirve a mi. Viste como es esto.

Ahí estaba, entregado, aparentando que no había nada mas que pudiera hacer, haciendo justamente eso para que no se dieran cuenta que era solo un disfraz barato. Todos me creían. El resto bailaba. Llevaban mas tiempo en esto y sabían desconectar con mucha mas eficacia el consciente del inconsciente, total no están lastimando a nadie.

Dato! Grito recurrente! El resto ocupado! Mirada sostenida al pálido cubículo, hoja que cae lentamente por un costado. Dale loco, dale dale dale! Motivación básica para un dato que ya lo daban por perdido. 

Graciosamente, todo esto afloraba mientras comparaba mi vida con la secuencia que me ofrecían aquellos números, de aquella inútil hoja; pues al igual que esos números, mi vida empezaba a ser constante, orquestada y encasillada en aquel mismo cubículo, con la única intención de convencer a otra gente de una vida mejor; tratando que ellos cumplieran sus sueños, sus metas o tal vez, encontraran la felicidad. Y debo ser franco, normalmente lo lograba. No enchufaba el paquete completo, pero lo lograba. Algo asi como: solo la cabecita quedaba atormentada, pero el resto del cuerpo ni se enteraba. 

Una vez llamé a un tal Hector. 

Fue un día como hoy, de esos que difícilmente se olvidan, de los que a la suma de hechos solo le falta un broche de oro, o una guirnalda roja, cuando esa llamada tuvo respuesta.

Un payaso dubitativo y atemorizado, apaciguado, lleno de resabios que deja el tiempo en la sien de un intento suicida jamás conseguido. Era presa fácil.

No solamente lo podía convencer de lo que quisiera; podía apoderarme de su vida con su consentimiento y él habría creído que fue voluntad propia y por ende la mejor decisión.

Me contó la clásica historia que todos cuentan, aquellas en la que un deseo plasmado en el tiempo empezaba a exigir prorrogas concedidas por un jurado inconsciente y lleno del valor inútil que se obtiene de la corrupción y la falta de autoestima.

Soñaba con ser cantante, escritor, pintor, actor, incluso millonario y filántropo, pero reconocía lo difícil que le resulta acongojarse o siquiera apenarse por el mal del prójimo.

Me contó que tenía una esposa y dos hijas, pero eso ahora era solo un rumor en su pasado, disolviendo por completo el único motivo que le había encontrado a la vida, y hoy, el día que finalmente había tenido el coraje para firmar los papeles de un largo divorcio necesitaba urgentemente aferrarse a algo nuevo, o sino, aquella batalla diaria cuyo objetivo es permanecer el mayor tiempo posible en la antesala de la muerte, estaría totalmente perdida.

Era un caso que definitivamente no quería perder, era la ultima llamada del día y al fin y al cabo: son estos casos para los que realmente me estaban preparando.

Tenía que ser un devorador de sueños, inhalar sin prejuicios cualquier minúsculo deseo implantando metas cortas que prolongaran junto con la esperanza el sufrimiento. Me tenía que convertir en el santo momentáneo que tanto buscaban y el ego extasiado aplaudía de pie. Un santo de turno. Ese era el refrán que adornaba mi cubículo.

Estratégicamente le pedí que comparara su situación actual con todo aquello que alguna vez idealizó ser y en lo posible describiera su sentir en una solo palabra.

Normalmente cuando hacía este ejercicio las respuestas eran siempre variadas, prácticamente nunca conseguían hacerlo en una solo palabra, pero todos terminaban apuntando siempre a lo mismo - Estancamiento -

A nadie le gusta reconocer que estuvo o está equivocado; por ende, deducir que te encuentras estancado es la mejor forma de convencerse a si mismo que la culpa es de alguien mas, y nunca propia.

Dicha respuesta era la que siempre esperaba, pues de esa manera yo les podría ofrecer - la solución - tan anhelada para remover aquella piedra del camino y culminar con el objetivo original del cual - nunca se habían desviado -

Pero este tipo sonaba ligeramente distinto, sonaba a intentos fugaces de la nada, pero sonaba distinto, no debí hacerle el ejercicio y debí pasar "directo a los bifes" "corta la bocha", pero nuevamente estaba cambiando el orden de las normas que todos los que aun apostaban por mi me rogaban que no cambie y fue mientras me daba cuenta cuando este sujeto me dijo: - Vergüenza -

Inmediatamente pasé por encima de su respuesta subestimando - como de costumbre - su posible conocimiento sobre el real significado de lo que me había dicho, pero sin temor me interrumpió y dijo:

- Vergüenza porque mi objetivo de vida no era más que una suma barata de conceptos impuestos y aceptados, jamás criticados; idealizados y perseguidos hasta descubrir la cachetada que impone la realidad.

- Vergüenza porque una vez que todo aquello se desmoronó, tardé en aceptar que necesitaba ayuda y mi ego aun presente impidió que siquiera me ayudase a mi mismo.

- Vergüenza porque hoy, que he aceptado la ayuda de alguien más, termino frente a un ser que se encuentra peor que yo.

 Ahora sé que el motivo de esta llamada ha sido solamente para despedirme de alguien que al menos simule interés, para poder decirle alguien que si hay una esperanza, para poder ayudar por ultima vez - hizo una pausa en la cual logré escuchar 3 respiraciones profundas hasta que dijo: - perdoname por el estruendo pibe, ah y Gracias -

 Un estruendo similar al de un disparo se escuchó del otro lado de la línea sucedido de un silencio absoluto.

 Esa era mi última llamada de la noche y aún me quedaban veinte minutos para terminar mi turno. Quise pensar y analizar lo sucedido; en un instante, incluso, consideré acercarme al coordinador o algún compañero y así contarle la casi fantástica situación.

 Decidí escribir estas líneas y resumirlas todo lo posible para que tan solo parezca una nota. Así el próximo dato se lo dan a alguien más. Perdón por el estruendo. Gracias.
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